La Memoria en Plata (Carlos Chaparro)
"Autobús" que al parecer unía Infantes a Manzanares en el año 1905 aprox. quizás con el objetivo principal de conectar con el ferrocarril.
Esta fotografía pertenece al libro "𝗟𝗮 𝗺𝗲𝗺𝗼𝗿𝗶𝗮 𝗲𝗻 𝗽𝗹𝗮𝘁𝗮. 𝗨𝗻𝗮 𝗵𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮 𝘀𝗼𝗰𝗶𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗳𝗼𝘁𝗼𝗴𝗿𝗮𝗳𝗶́𝗮 𝗲𝗻 𝗲𝗹 𝗖𝗮𝗺𝗽𝗼 𝗱𝗲 𝗠𝗼𝗻𝘁𝗶𝗲𝗹. 𝟭𝟴𝟲𝟯-𝟭𝟵𝟰𝟬” de Carlos Chaparro.
Posiblemente la fotografía sea obra de Pedro Moreno, cuyo estudio se ubicaba en la Calle Empedrada de Villanueva de los Infantes y está realizada en el patio de la bodega de los Marín, en la Plaza de Santo Domingo.
Plaza del Doctor Arberdi
Vva. de los Infantes (Ciudad Real)
Tlf. 699 72 10 27
(Carlos Chaparro)
Festividad de Santa Cecilia, patrona de la música. Banda de música de Vicente González Quílez, conocido como el “maestro capilla” ( hijo y padre de los organistas de la parroquia de San Andrés) de Villanueva de los Infantes.
La instantánea fue tomada en torno a 1908 en el patio de la casa heredad del conde de Adanero en la calle Empedrada y esquina Cruces y Vicario donde Pedro Moreno Ordóñez tenía ubicado su estudio de retratos y por donde pasaron tantos y tantos infanteños de finales del siglo XIX para posar ante el objetivo del maestro Perico o su padre. Es posible que esta fotografía fuera tomada con motivo de su formación y presentación a la sociedad infanteña.
Por aquellos años existía en Infantes otra banda de música: la de Pedro Miguel de la Hoz y González -anterior a esta del “maestro capilla” y con la llegó a rivalizar- y que fue subvencionada por el Ayuntamiento en algún periodo haciendo de este modo las funciones de banda de música municipal. Como tal se estrenó en los conciertos que se celebraron en nuestro pueblo en mayo de 1906 con motivo de la boda de Alfonso XIII.
(Carlos Chaparro)
La subasta o puja de objetos donados a la Virgen de la Antigua era, junto al ofrecimiento y las limosnas obtenidas por los “pedidores”, una importante fuente de ingresos para el mantenimiento del culto a la imagen y su santuario.
Estos recursos se custodiaban en la denominada “arca de las tres llaves” que como su nombre indica sólo podía ser abierta o cerrada en presencia de tres personas con sus llaves correspondientes: la del cura párroco, el capellán de la cofradía (que era el administrador) y el mayordomo mayor (presidente).
El arca contenía además de los caudales, la documentación, reglamentos, medallas, estampas…y se conservaba en la casa del vicario en la calle de las Cruces.
Las primeras pujas que se celebraron de manera continuada comienzan en el año 1873 y hasta la actualidad. Como ahora, se celebraban en la plaza Mayor y en aquellos años acudía la banda de música a amenizar la rifa.
Detrás de cada objeto donado, y como si tiráramos de un hilo, podemos rescatar a muchas personas anónimas, pero ejemplo de la sociedad infanteña devota de su Virgen que donaba lo que podía en la medida de sus posibilidades.
En la puja de 1883 encontramos, por ejemplo, la subasta de una cuna de estambre, que bien pudo estar hecha por un pastor; una cazuela de barro de Infantes, obra de algún barrero local; un par de botines de niño, del taller de un zapatero de obra prima; una sandía, de la huerta de cualquier hortelano; un gallo de trapo y un acerico, de las manos alguna modista; una cabra y una cordera, de algún pequeño ganadero, o hatajero como se les conocía, o de la cabaña de alguna casa “grande” que fueran llevadas a la plaza por el mayoral; un portamonedas, realizado por cualquier guarnicionero; dos botellas de licor, de algún comerciante…Y un sinfín de objetos entre los que no podía faltar la media fanega de candeal que como mi abuelo materno, Esteban Contreras, mayoral de las mulas de los Maranchoneros, nunca dejó de llevar mientras vivió a la subasta procedente de su pegujal.
En la fotografía, la presidencia de una puja hacia 1955 en la que podemos reconocer a don Pedro Castellanos, don Ramón Gómez Rico, párroco, y otros que desconozco.
Plaza Mayor, Nº 12
Vva. de los Infantes (C.Real)
Tlf. 926 36 02 14 / 606 44 90 14
(Carlos Chaparro)
Me considero un privilegiado cuando cada mañana cuando me siento en mi mesa escritorio para seguir el curso de mis lecturas, investigaciones y temas del Ayuntamiento puedo admirar casi con detalle una vista de Villanueva de los Infantes realizada en 1923.
Desde hace ya algunos años disfruto de esta vista; una reproducción sobre un bastidor que a gran escala me permite admirar cómo era nuestro pueblo hace 100 años. Con los detalles en mi cabeza, cuando paseo por Infantes, soy capaz de reconocer muchos tejados, tapias, ventanas y hasta incluso chimeneas, que aún se conservan. No es complicado: sólo hay que observar mucho esta imagen, como yo lo hago todos los días, y conocer todavía con más detalle las calles de Infantes.
Pero muchos otros elementos del paisaje urbano se han perdido o modificado. Seguro que en su día para los que nos precedieron fueron hitos dentro de las calles de la ciudad: la portada del viejo convento de San Francisco, la espadaña de la iglesia de las Monjas, el campanil de la iglesia del Remedio, la chimenea de la alcoholera de don Sergio de Lis, o el lucernario de la casa de los Rebuelta en la calle Mayor. Todos han desaparecido.
Y lo que también ha desaparecido es esa singular vista de nuestro pueblo desde las eras de San Miguel. Nadie se ocupó en su día de preservar este espacio y su significado visual. El crecimiento de las edificaciones hacia este lado de la ciudad se ha llevado por delante el valor paisajístico de este enclave tantas veces fotografiado y hasta dibujado en el siglo XVII.
Y me viene de nuevo a la memoria otra imagen, otro miradero de interés, que también se ha perdido. El de la Glorieta. Un espacio hoy poco frecuentado, pero que en su día fue un lugar de solaz y recreo muy querido. Aún, debajo del muro que cerca el espacio hacia la ronda desde la carretera, se pueden observar los restos del gran poyete de piedra moliz que servía de asiento a los vecinos y desde el cual nuestros abuelos miraban hacia el infinito del Campo de Montiel.
Y en la actualidad, 100 años después de esta imagen, cuando se observa que la gestión de nuestro patrimonio histórico parece avanzar sin rumbo ni destino, hablar del paisaje de nuestras calles y su entorno puede parecer casi un capricho insufrible.
(Carlos Chaparro)
La madrugada del 12 de julio de 1931 el cabo de los serenos municipales que hacía guardia en su puesto del cuartelillo de la plaza Mayor, conocido como Angelillo, era llamado para que acudiera urgentemente a un bar cercano en la calle Mayor (actual Globlalcaja) donde según parecía se estaba desarrollando una verdadera batalla campal.
No era la primera ver que al citado bar (regentado por un Fernando Medina Torrijos y donde se vendían bocadillos y se jugaba al billar) tenían que acudir los serenos para resolver riñas y encuentros cruzados frutos del elevado consumo de alcohol de sus clientes.
Al llegar al lugar de los hechos el cabo de los serenos encontró una riña de navajas entre un lebrillero andaluz (uno de los tantos que acudían al pueblo a vender por las calles lebrillos y a repararlos con lañas) y un vecino, apodado Veneno hijo de un tal Graciano, envalentonado por causa desconocida.
A resultas de una grave discusión, el lebrillero apuñaló de gravedad en el hígado a Veneno y la lucha se extendió en la calle a más personas.
En total, cuatro heridos y abundantes navajazos. El sereno entre la batalla fue también acometido con las navajas sin que pudiera poner orden a la discusión. Acosado por el peligro, se retiró por la calle Mayor a buscar ayuda al cuartelillo, sin caer en la cuenta de que, según parece, era perseguido por Veneno con la navaja en la mano. El sereno, posiblemente, en defensa propia, hizo uso de su arma reglamentaria y disparó de muerte a su persecutor que caía cadáver en la plaza.
A la mañana siguiente el alcalde, Sergio de Lis, ordenaba la clausura del bar que regentaba Medina, según expresaba, por no tener licencia, ser foco de discusiones y lugar para la embriaguez.
El sereno, Angelillo, según cuentan, desde aquel suceso no avanzaba más allá de las esquinas de su casa en la calle Empedrada esquina Monjas y Honda por miedo a las represalias del padre del que había matado.
El lebrillero, que sobrevivió, aunque herido de gravedad, dio nombre a este suceso que aún se conserva en la memoria de los más ancianos del pueblo.
En la imagen, la plaza Mayor en 1931 y la nota de prensa que circuló por las redacciones de los periódicos de aquel año sobre el suceso.
(Carlos Chaparro)
La Iglesia católica emprendió a finales del siglo XIX, ante el temor de la secularización en alza (libertad de cultos, matrimonio civil, libertad de prensa, libertad de asociación, expresión…), un proceso de reconquista del espacio público perdido en el que la enseñanza, las labores caritativas y las fundaciones religiosas representaban un papel protagonista.
En Infantes este movimiento tuvo sus mejores expresiones en la fundación por doña Josefa Melgarejo del asilo de las Hijas de la Caridad en 1886 en la calle Empedrada y en la fundación por doña Carmen González y don José Francisco de Bustos del hospital de Santo Tomás en 1902 en la calle Ancha.
El presbítero infanteño don Pedro Aparicio Vargas, hombre culto y atento a su época, ejerció de correa de transmisión en este proceso de recatolización masiva de la población y fundó en la iglesia de la Trinidad el culto a la Virgen de los Ángeles a finales del siglo XIX, en torno a 1894.
La función se celebra cada 2 de agosto y consistía en misa, sermón, exposición del Santísimo y después procesión. Para mayor lucimiento de la fiesta, el presbítero Aparicio dotó a la imagen de todo lo necesario para su culto: ropas, un alfiler de brillantes y plata, unos pendientes de plata, una corona de metal blanco, una media luna de plata, varias bombas de luz, flores, candelabros, un frontal y un atril para su uso en las festividades, además de los objetos litúrgicos necesarios para la misa.
La procesión, como se puede observar en la fotografía del retratista Eduardo Gallardo y tomada hacia 1898, discurría por la calle Empedrada en dirección, posiblemente, a Santo Domingo y la calle Mayor que era, por otra parte, el recorrido que desde antiguo realizaba la tradicional procesión del Corpus. A ella acudían las distintas hermandades con sus insignias, además de numerosas niñas vestidas de primera comunión y la banda municipal de música que en aquellos años de principios del siglo XX dirigía don José Antonio de la Hoz y don Vicente González, organista de la parroquia.
Durante su vida fue él mismo presbítero quien se encargó del mantenimiento del culto y de la procesión, pero tras su muerte en 1911 su organización pasó directamente al párroco de San Andrés y a sus herederos. Para los gastos de la función dejó en su testamento gravadas con un censo perpetuo de 75 pesetas las casas que dejaba a sus herederos.
La procesión se siguió celebrando al menos, hasta 1924. En agosto de 1936 la imagen fue destruida y por fin el 2 de agosto de 1954 era restituida por sus descendientes que cumplían de este modo con la última voluntad de don Pedro Aparicio de mantener un culto perpetuo. En la actualidad, la imagen se puede observar sobre un altar de pared de la antigua capilla de la Virgen de Gracia de la Trinidad.
Paseo de las Cooperativas, 2
Villanueva de los Infantes (Ciudad Real)
Tlf. 926 361 824 - 685 696 740
(Carlos Chaparro)
1936. Manifestación republicana
90 aniversario de la proclamación de la República.
España que según la célebre frase del almirante Aznar se acostó monárquica, pero se levantó republicana cuando acudió a votar el 12 de abril de 1931 sólo lo fue en los ámbitos urbanos. En Villanueva de los Infantes, como en muchas otras poblaciones rurales, las elecciones a concejales de ese día se saldaron con un triunfo aplastante del bloque monárquico. Se ha dicho que existía un divorcio entre el campo y la realidad partidista en abril de 1931, como si el triunfo monárquico, conservador, fuera inevitable. Puede ser. Pero eso no implica que no existiese una dinámica política mucho más rica de lo que en principio se podría intuir. En Villanueva de los Infantes, por ejemplo, la presencia del duque de San Fernando, Rafael Melgarejo Tordesillas, diputado a Cortes que había sido en 1916 y 1920 por este distrito, y de sus primos, los hermanos Rebuelta Melgarejo, José Luis y Andrés, grandes terratenientes, otorgó a aquellas elecciones una dimensión más amplia.
La campaña y escrutinio electoral de 1931 puso sobre la mesa tensiones larvadas desde años atrás entre amos y obreros, entre caciques y trabajadores. El duque de san Fernando se quejaba amargamente el 2 de mayo de ese año que los obreros y los pequeños agricultores independientes del Campo de Montiel, que siempre habían sido sus partidarios, añadía, lo habían abandonado para irse a la izquierda o a la derecha republicana, pero él siempre sería un hombre, decía, de ley, en alusión al nuevo gobierno que acababa de inaugurarse. Monárquico desde luego, antes, ahora y después de 1931. Isaac de Lis Aguado, republicano del Partido Radical, su opositor político, ante el triunfo conservador en Villanueva de los Infantes afirmó: “La candidatura republicana fue derrotada porque tenía que serlo al luchar contra todos, incluso contra la autoridad, que pecó de parcial”. Todos parece que perdieron. Pero vayamos por partes y veamos cómo discurrió la vida de un pueblo rural en aquella primavera que se despertó republicana en algunos lugares.
La campaña electoral. Entre mítines y procesiones
El debate, y la pugna en algunos casos, entre anticlericales convencidos y católicos practicantes que existía en España no alcanzó a Villanueva de los Infantes. Cuando se celebraron las elecciones municipales del 12 de abril, en Infantes aún resonaban los ecos de la música que había acompañado a las procesiones de Semana Santa. En ese mes de campaña electoral se alternaron los mítines con las salidas de los pasos a las calles a pesar del tiempo tan desagradable que hizo. El domingo de Ramos, 29 de marzo, salió por primera vez la cofradía de las Palmas con su flamante paso de la entrada de Jesús en Jerusalén. Sin embargo, lo más llamativo de aquel día no fue la nueva imagen, sino la multitud de niños vestidos de hebreos que con una rama de olivo dieron la bienvenida a la nueva cofradía acompañando a su paso titular, el “Borriquillo”. La cofradía de la Veracruz desfiló el Jueves Santo con los pasos de Jesús Orando y la Columna reformados.
Y como ejemplo de buena sintonía política entre la Iglesia y el Estado todos los miembros de la que sería la última corporación monárquica acudieron a la procesión del Santo Entierro y a los oficios del Jueves y Viernes Santo.
No obstante, las procesiones no alejaron de sus mentes las inmediatas elecciones. Durante esos días de Pasión, toda la derecha monárquica, y a decir del duque de San Fernando, incluso republicanos de antes, y de ahora que habían militado en la Unión Patriótica de la dictadura de Primo de Rivera (el cambio de casaca debió ser habitual), se había unido en un bloque antirrevolucionario para acudir a las urnas municipales. Por su parte los republicanos, liderados por el abogado Isaac de Lis, amigo de la infancia del propio duque, pues no les separaba nada más que una calle entre las casas familiares de ambos, celebraron un sonado mitin al que, según los conservadores, sólo habían acudido “curiosos e imberbes”. De los oradores solo merecía citarse, según ellos, a Isaac de lis. “Por algo era abogado y no del montón”, añadían. El mitin trajo cola política. Según los monárquicos del pueblo, dentro del recinto se había aludido a que las hoces no sólo servirían para cortar las mieses…Lo que fue desmentido por los antidinásticos señalando que se celebró con total armonía y con presencia de la autoridad gubernamental.
Candidatos en liza. Monárquicos contra republicanos
En Villanueva de los Infantes, como en el resto de España, las elecciones a concejales del 12 de abril de 1931 se convirtieron en un plebiscito entre monarquía y república. Correspondía al pueblo elegir 18 concejales frente a los 12 que hasta entonces habían ocupado el cargo. A decir de algunos contemporáneos este hecho podía colmar las aspiraciones de muchos, aunque más valían “pocos y bien avenidos” apuntaban. Pocos o muchos, las elecciones otorgaron todos los escaños al bloque monárquico en el que militaban pesos pesados de la política y la elite local como José Luis Rebuelta, primo del duque de San Fernando y gran terrateniente, Fernando Gil y Sánchez-Moreno, abogado y alcalde del municipio hasta la fecha, y Ángel Migallón Ordóñez, médico y gran propietario. Era el bloque de poder, como lo denominaría el historiador Manuel Tuñón de Lara. La derrota del bloque republicano se produjo por mucha diferencia y en alguna mesa electoral no se alcanzaron ni los 80 votos.
En Castilla-La Mancha, según los datos que nos aporta el profesor Isidro Sánchez, las candidaturas republicanas ganaron en todas las capitales de provincia y en la mayoría de poblaciones de más de 10.000 habitantes con cierta tradición comercial e industrial. Sin embargo, en muchas otras localidades ni siquiera llegaron a celebrarse elecciones al no presentarse candidaturas de izquierdas. España, en definitiva, había votado en monárquico, pero dos días después de la jornada electoral, todo el país reconoció que sólo el voto de las grandes ciudades era lo suficientemente libre como para reflejar la opinión pública. Así el 14 de abril se proclamó la República en muchos municipios, el rey Alfonso XIII se vio obligado a abandonar el país, y el Gobierno entregó el poder a un comité que se constituyó como Gobierno Provisional de la República.
¿Pero qué sucedió entonces en aquellas localidades como Villanueva de los Infantes donde habían triunfado las candidaturas monárquicas en sus ayuntamientos?
Los resultados, favorables a los monárquicos, sirvieron de poco. El nuevo gobierno era consciente de que estos ayuntamientos suponían un obstáculo para la consecución de su programa político una vez proclamada la República. Para solventar esta incómoda situación, una dualidad de poderes, abrió la puerta a que se repitieran las elecciones municipales admitiendo protestas de los electores por coacciones y listas negras que invalidaban los comicios municipales del 12 de abril. Una excusa perfecta para el Gobierno Provisional que afectó al 90 por ciento de los municipios de Castilla-La Mancha donde volvieron a celebrarse elecciones bajo el signo, esta vez sí, republicano, el 31 de mayo.
Y mientras llegaba ese día, el gobernador civil de la provincia destituía al recién constituido ayuntamiento de Villanueva de los Infantes surgido de las elecciones del 12 de abril y nombraba interinamente una gestora municipal que se haría cargo del poder y la administración local. Los nombres idóneos para ocupar estos puestos surgieron del comité republicano local derrotado. Fueron Sergio de Lis y Romero como alcalde, Juan Simarro Cantón, Juan Tomás Campos García y Francisco Tejeiro Amador como tenientes de alcalde. Todos ellos, según mis datos, se estrenaban en la política municipal.
El duque de San Fernando tildó esta operación de “atropello político” argumentando que las actas de escrutinio de las elecciones del 12 de abril fueron firmadas por todos los interventores de las mesas electorales sin protesta alguna. Sin embargo, posteriormente, se habían aceptado las reclamaciones: “Esto, dicho con todos mis respetos, es más dictatorial que lo ocurrido al advenimiento de Primo de Rivera”, afirmaba. Por su parte, Isaac de Lis, denunciaba que el ayuntamiento surgido de estos comicios estaba “amañado”, al servicio de “profesionales de la política” y de un “poderoso bloque de terratenientes, caciques, y autoridades” que obligaron a sus criados y arrendatarios, señalaba, a votar en cuerda, amedrentando incluso a los electores con la presencia de la Guardia Civil.
Sea como fuere, el duque de San Fernando dio con la justa medida de la situación: lo que había ocurrido, expresó, es que el señor de Lis, y por ende toda la República añadiríamos nosotros, había encontrado el medio de triunfar después de la derrota en estos municipios y lo había aprovechado. “Ha hecho bien. Yo hubiese hecho lo propio”, terminó diciendo. Como así fue. De unos 250 ayuntamientos castellano-manchegos que eran monárquicos el 12 de abril se habían convertido en republicanos por virtud de las elecciones del 31 de mayo, lo que allanaba notablemente el terreno para ganar las elecciones por éstos en las próximas elecciones a Cortes.
Y con mayo, la fiesta de las Cruces y del Trabajo
Y mientras se preparaban las nuevas elecciones municipales, la nueva fiesta nacional del Primero de Mayo, del Trabajo, alternó con la celebración de la fiesta tradicional de las Cruces. Si la primera se celebró por primera vez con marchas musicales de la banda municipal que recorrió las calles del municipio, la segunda, a pesar de las inclemencias del tiempo, se festejó como de costumbre con una nutrida presencia de orquestillas que visitaron sobre todo las capillas.
La Comisión Gestora para consolidar la república en la memoria de los vecinos procedió en esos días de mayo a variar el nombre de las calles con título monárquico. La calle Primo de Rivera (Entrena) pasó a denominarse del Capitán Galán, la de Alfonso XIII (Tiendas) se dedicó al Capitán García Hernández, la plaza de la Constitución a la República, donde se instaló un gran cartel sobre los balcones de la alcaldía, la plaza del príncipe de Asturias (Fuente Vieja) a Alejandro Lerroux, y el paseo de María Cristina a Pablo Iglesias. Igualmente se dedicó a un militar infanteño, laureado en la guerra de Cuba, Félix Contreras Cano, una calle de nueva creación.
El intenso calor de esos días fue otro foco de preocupación. El agostamiento de los campos, y el riesgo de sequía, abría la posibilidad de una reducción de las cosechas, y por tanto de las faenas agrícolas, fuente de trabajo de las clases obreras. Con tal fin a mediados de mayo se trajo, como tantas veces se había hecho, a la Virgen de la Antigua desde su santuario para rogativas junto a Santo Tomás de Villanueva en la iglesia de San Andrés.
De nuevo elecciones y más calor
El 31 de mayo, por fin, se celebraron las nuevas elecciones municipales, primeras del gobierno republicano. Fueron un éxito para estas candidaturas, como lo fue también en Villanueva de los Infantes. De los 18 concejales que se presentaron, 12 fueron elegidos del Partido Republicano Radical, liderado por Sergio de Lis, que a la postre se convertiría en alcalde, y 6 de la Derecha Republicana Liberal, partido de reciente creación en Villanueva de los Infantes después de un mitin celebrado en el antiguo teatro Rosillo de la localidad. El partido estaba liderado por Francisco Serrano Pacheco, abogado malagueño que había llegado a Infantes como juez en 1926 y quien tras alcanzar en 1936 el cargo de Fiscal General de la República se vio obligado a exiliarse a México donde murió en 1962.
Ese mismo día de elecciones, de victoria republicana, se celebró en Villanueva de los Infantes la tradicional procesión de la Milagrosa que organizaba las Hijas de María vinculadas al Colegio-Asilo del Sagrado Corazón de Jesús. En la institución por estas fechas ya figuraba como capellán el sacerdote Ramón Gómez-Rico, personaje que despertaba simpatías notables entre la sociedad católica de la población, hasta el punto que ese mes se recogieron firmas para que el obispado de Ciudad Real lo vinculara para siempre con Villanueva de los Infantes. Lo que en parte se cumplió, pues fue durante gran parte del franquismo el párroco de la localidad.
Y la primavera agonizaba y el calor del verano inauguraba con fuerza aquel mes de junio de 1931 cuando una joven de 19 años falleció de un golpe calor mientras trabajaba en el campo “sin estar acostumbrada”. Igual suerte tuvo un panadero de la localidad. Y es que aunque la República había llegado con espíritu de reforma y cambio, sobre todo para las clases más humildes, muchas cosas continuaron como siempre.
(Carlos Chaparro)
En conjunto, según algunos estudios, el cólera produjo unos 800.000 fallecidos en nuestro país y debe considerarse como el enemigo número uno contra la salud pública durante el siglo XIX. El caso de Villanueva de los Infantes puede servirnos de ejemplo de cómo se vivió la enfermedad en muchos pueblos de La Mancha durante aquel letal verano de 1855.
En el archivo municipal de Villanueva de los Infantes se conserva un expediente de sanidad que dio principio en septiembre de 1854 y que contiene toda la información relacionada con la epidemia de cólera-morbo que azotó la villa en el verano de 1855. De su lectura detallada se desprende que uno de los principales problemas a los que tuvieron que hacer frente las autoridades locales de aquella época fue, además de la falta de recursos para combatir la epidemia, el desconocimiento que sobre la enfermedad existía. Todo ello derivó en que las medidas que se tomaron fueran en gran parte de carácter preventivo y dentro de las cuales la higiene pública fue primordial.
El cólera es una enfermedad producida por un bacilo presente en el agua y ciertos alimentos contaminados por las heces humanas y que cursa con diarreas, vómitos y deshidratación llegando en casos extremos a provocar la muerte. No fue la única epidemia colérica a la que tuvo que hacer frente la población. En España hubo varias oleadas desde 1834 a 1885. En conjunto, según algunos estudios, el cólera produjo unos 800.000 fallecidos en nuestro país y debe considerarse como el enemigo número uno contra la salud pública durante el siglo XIX. El caso de Villanueva de los Infantes puede servirnos de ejemplo de cómo se vivió la enfermedad en muchos pueblos de La Mancha durante aquel letal verano de 1855.
Las primeras medidas preventivas
La epidemia del cólera-morbo tuvo su origen en la península del Indostán, Asia, en 1842, aunque no llegó a alcanzar España, posiblemente por vía portuaria, hasta 1853. El foco fue localizado en Vigo; sin embargo, un año después reapareció con gran virulencia en Marsella, desde donde penetró en Barcelona. Desde Cataluña recorrió la costa levantina y al interior y sur peninsular penetró, según se cree, con las tropas militares del general O’Donnell en continuo movimiento durante aquel verano de 1854.
Las primeras noticias de la aparición de brotes coléricos en algunos pueblos de España llegan a Villanueva de los Infantes por vía oficial, a través del Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real. En concreto en agosto de 1854 se emitieron desde la Junta de Sanidad de la provincia las primeras instrucciones para prevenir, y en caso de invasión combatir, la enfermedad. Como consecuencia de esto, el 31 de agosto el Ayuntamiento celebró la primera reunión, de muchas otras que se sucederían, con el subdelegado de medicina del partido de Villanueva de los Infantes, el médico y cirujano de la villa, José Sánchez-Molero. En esta reunión se acordó convocar a las juntas de sanidad y beneficencia de la villa que junto a la corporación municipal dispondrían las primeras medidas preventivas dirigidas a la población. Durante aquella semana Sánchez-Molero redactó una interesante instrucción médica que contenía toda una serie de medidas y consejos para prevenir, atajar, y en lo posible curar, la enfermedad. El texto se presentó a las juntas de sanidad, beneficencia y corporación municipal en una reunión extraordinaria celebrada el 9 de septiembre con tanto éxito y aplauso de los concurrentes que se acordó imprimirla en Ciudad Real.
La memoria, dedicada por el médico al Ayuntamiento de Infantes, aconsejaba el blanqueo con cal de los interiores y exteriores de las viviendas, ventilar las habitaciones, no dejar los vasos con excrementos en los cuartos dormitorio y evitar las aglomeraciones de personas en habitaciones estrechas. Igualmente recomendaba esmerarse en el aseo personal y en la alimentación donde distinguía qué productos se debían o no tomar. Por último, apuntaba una serie de síntomas que permitían distinguir el cólera de otras enfermedades o afecciones en las que la diarrea era la principal característica. Llegado el caso de enfermar, la instrucción de Sánchez-Molero recomendaba a los infanteños: guardar cama, abrigarse bien, retirar el alimento por completo, procurar friegas en las piernas y pies y utilizar botellas o botijos de agua caliente entre los muslos; tomar infusiones de té, manzanilla o amapola, entre otros; pero lo más llamativo de la instrucción es que recomendaba “evitar la exaltación de las pasiones, especialmente aquellas que la religión, la moral cristiana y la higiene tienen reprobadas como contrarias a la salud del alma y del cuerpo”.
La vigilancia de estas medidas quedaría a cargo de una comisión del Ayuntamiento que recorrería las calles y las casas de los vecinos para controlar que se cumpliera el bando de higiene y salubridad dictado por el alcalde, e igualmente se establecerían multas a los que lo contravinieran y se abriría causa, llegado el caso, a los reincidentes. En este sentido igualmente resulta interesante observar como el control a los vecinos se hizo extensivo a los forasteros, muchos de ellos comerciantes, y potenciales portadores de la enfermedad. Por ejemplo, el 30 de septiembre se expuso que se tenía noticia de la pronta de llegada a Infantes de algunos carros cargados con géneros ultramarinos, telas, y otros efectos, procedentes de varios puntos de levante. Se acordó que se prohibiera la introducción de estos carros, muchos de ellos vendedores de pescados en salazón, alimento que estaba desaconsejado su consumo por la instrucción médica de Sánchez-Molero.
Otro de los problemas a los que tendría que hacer frente el Ayuntamiento era la falta de recursos económicos con los que dotar al municipio de la infraestructura sanitaria necesaria para atender a los enfermos pobres si se producía la temida invasión del cólera. Así se acordó que llegado el caso se iniciaría una suscripción entre la clase acomodada para que cedieran camas, ropas, ajuares, alimentos no perecederos como grano, legumbres y aceite, además de metálico, con los que dotar al pueblo de un hospital para coléricos.
Así las cosas, con todas las medidas preventivas que era posible poner en marcha, y a pesar del desconocimiento que de la enfermedad se tenía, durante el verano y otoño de 1854 el cólera pasó de lejos en Villanueva de los Infantes y gran parte de la provincia de Ciudad Real. Tan sólo se observaron brotes en algunos pueblos del Campo de Calatrava y San Juan.
El cólera-morbo a las puertas de Villanueva de los Infantes
En la primavera de 1855 volvieron a saltar las alarmas. El médico titular de la villa, Sánchez-Molero nuevamente, envió una comunicación urgente al Ayuntamiento en la que exponía que había tenido noticia de que algunos pueblos del norte de Jaén se hallaban invadidos de la epidemia de cólera-morbo y que debido al fluido contacto de la población con los de Montizón, Ventas de los Santos y del Ojuelo se diera comunicación a la Torre de Juan Abad, Puebla del Príncipe y Villamanrique para que tomaran las medidas oportunas y extremaran la vigilancia de personas transeúntes.
El 29 de julio la alarma se convirtió en un hecho y Sánchez-Molero, después de observar en Torre de Juan Abad dos casos de cólera, comunicó al Ayuntamiento de Infantes que se preparara para lo peor, que la población, observada la situación en la Torre de Juan Abad y Villamanrique, pronto se vería invadida por el cólera. Solicitaba en su escrito que se tomaran medidas urgentes para que las subsistencias no faltasen a los más necesitados y que los socorros estuvieran pronto, además de incitar a la población con rigor en las medidas de higiene que ya se habían expuesto en el verano anterior en su instrucción médica. Lo que en aquel momento desconocía Sánchez-Molero y toda la corporación municipal es que el día anterior ya había fallecido en Infantes el primer enfermo por cólera. Se trataba de Rumaldo López, un jornalero de Pozuelo de Calatrava. Todo parece indicar, por las fechas, y que no era residente en la población, que se trataba de un segador de los muchos que acudían a estas faenas agrícolas desde otros lugares. El parte médico de ese día informó al cura teniente de san Andrés que había fallecido por apoplejía, pero días después el mismo sacerdote anotó al margen de la partida de defunción “colérico”. El cólera ya estaba dentro de la población y desde ese día hasta el 19 de septiembre se sucedieron en Villanueva de los Infantes 117 defunciones por esta causa según los registros parroquiales.
Aquel verano del infierno
Al intenso calor de ese mes de agosto se unió una importante sequía que hizo si cabe más insoportable la vida a los vecinos y más fácil la existencia del bacilo del cólera cuando como se sabe es con las altas temperaturas donde mejor prolifera este tipo de bacteria. Con la población invadida, el 30 de julio el Ayuntamiento pleno y las juntas de sanidad y beneficencia de la villa acuerdan retomar de forma efectiva todas las medidas acordadas un año antes. El antiguo convento de Trinitarios fue habilitado como hospital para enfermos coléricos pues el municipal, ubicado junto a la iglesia del Remedio, no reunían las condiciones higiénicas ni de ventilación aconsejadas. Se procedió a iniciar la suscripción voluntaria entre los más pudientes de la población tanto en dinero como en especie y otros efectos para los enfermos pobres. Se procedió a hacer acopio de cal viva en el cementerio de San Juan (actual Paseo) para tapar la exhalación de olores que provocaba remover los cadáveres en verano. Igualmente se clausuraron las escuelas de niños ubicadas en los claustros de Santo Domingo.
Un cementerio nuevo
En enero de 1854 Sánchez-Molero envió un escrito al Ayuntamiento exponiendo la necesidad de dotar al municipio de un cementerio nuevo pues el que se utilizaba no se ajustaba a la legislación sanitaria del momento. Sin embargo, los sucesos políticos de 1854 en España, con el cambio de gobierno y autoridades municipales, paralizó el proyecto. El mayor problema que presentaba el viejo cementerio era que la tierra estaba saturada y no consumía los cadáveres de tal modo que los olores provocaban quejas a los vecinos de este espacio que estaba prácticamente embutido en la actual plazuela de Santo Domingo. Con la epidemia colérica se hizo urgente dotar al pueblo de un nuevo cementerio alejado de la población y bien ventilado. Por fin se iniciaron los trabajos el 8 de agosto de 1855. El día 16 de ese mismo mes se produjo el último enterramiento en el viejo camposanto y el primero en el nuevo de San Antonio Abad, al norte de la población. La última persona enterrada fue Josefa Montes, viuda de 80 años, vecina de la calle san Francisco, y el primero del nuevo, Francisco López, labrador de 35 años, vecino de la calle del Remedio. Ambos coléricos.
Sánchez-Molero muere por el cólera
Como ya he señalado, desde que se produjo el primer fallecimiento por cólera hasta el 19 de septiembre murieron en Villanueva de los Infantes, según mis datos, 117 personas. Entre las muertes más sentidas fue la del propio médico titular de la villa que falleció el 12 de agosto y días después su propia mujer, Camila Bellido. Tras la muerte de la pareja, el mayor de sus hijos, Gabriel, y en representación del resto de sus hermanos, fue agraciado por la reina Isabel II, en noviembre de 1855, con 1.000 reales como indemnización por el fallecimiento de su padre. Igualmente, la reina agradeció a título póstumo el trabajo realizado por el propio Sánchez-Molero y su compañero médico, José María Rubio, también fallecido de cólera mientras combatían ambos la epidemia en Infantes.
Manuel Moreno, el Millonario
La epidemia de cólera-morbo desató una ola de solidaridad en Villanueva de los Infantes con los más necesitados. No sólo fueron los más acomodados, como he señalado, los que contribuyeron con dinero o alimentos al socorro de los pobres enfermos, también los más infelices, como los denominaba la autoridad local, colaboraron en la medida de sus posibilidades. Y es que la epidemia afectó de manera desigual a los vecinos de Villanueva de los Infantes de tal manera que fueron las clases populares las más perjudicadas por la pérdida de vidas humanas y dentro de este grupo, las mujeres. En los días más aciagos de la enfermedad, a mediados de agosto, cuando se registraban hasta 6 entierros diarios, y el miedo al contagio se había apoderado de la población, un grupo de amigos encabezados por Manuel Moreno, apodado el Millonario, precisamente por su escasa fortuna, observaron como las familias más pobres no podían pagar la conducción de los cadáveres al nuevo cementerio por lo que idearon una asociación filantrópica para el traslado de los cuerpos. Manuel y sus amigos para dar mayor solemnidad al acto, pues los fallecidos no eran acompañados ni por la cruz parroquial, ni por los sacerdotes, se proveyeron de una cruz de madera que llevaba al frente el propio Millonario encabezando la comitiva fúnebre. Al llegar al cementerio rezaban un padrenuestro al difunto a modo de responso. Todo ello lo hicieron a pesar de las voces que se oían del peligro que corrían por acercarse a los cadáveres de los coléricos y argumentando muchas otras que eran padres de familia. El Ayuntamiento en representación del pueblo, sabedor de este gesto solidario, acordó gratificarles y ponerlo en conocimiento del gobernador civil de la provincia.
(Carlos Chaparro)
La fiesta en Villanueva de los Infantes hace más de un siglo.
La celebración del día de san Antón cerraba el ciclo de fiestas navideñas, como recogía el dicho popular, y abría el periodo de las celebraciones de invierno en torno a los santos viejos: san Antón, san Sebastián y la Candelaria. Aunque en la actualidad estas fiestas están muy reducidas a principios del siglo XX fueron cultos y celebraciones muy populares en nuestro pueblo.
La festividad de san Antón se celebraba en romería en los alrededores de su ermita del camino viejo de Alhambra donde acudían los gañanes con las yuntas enjaezadas, algunas veces de forma extraordinaria con pañuelos de manila, mantas, cintas y flores. Los caballistas y jinetes, desde la ermita hasta la cruz de los Asaeteados (algunos con la cara tiznada) competían en carreras y saltos ante la mirada de todos los vecinos para lucimiento de sus habilidades con los animales. No faltaron las caídas de jinetes embriagados, como la caída un año también de la imagen del santo que era portado en andas por los más jóvenes durante la procesión. Las autoridades emitieron bandos para garantizar el orden y evitar los excesos. En 1862, por ejemplo, el alcalde, Lorenzo Fernández-Yáñez, prohibía las carreras de caballos y mulas por las calles y las restringía al entorno de la ermita. Igualmente prohibía la venta de licores y el juego de cartas. En la era cercana a la ermita se instalaban puestos ambulantes en los que se vendían candeal tostado, tostones con miel y el popular “puñao”. Durante el día, y en especial durante la víspera de la fiesta en el barrio conocido popularmente como “Charrascal” (calles Disvarón, Fuenllana, Carretas, Mencheros, Agua…) los vecinos encendían luminarias, conocidas como los “fuegos de san Antón”, en torno a las cuales se bailaba la jota y se obsequiaba con “puñao” a cuantos vecinos de otros barrios acudían a visitar las hogueras. En torno al fuego se entonaban algunos de los cantarcillos siguientes:
San Antón nació en Montiel,
y se casó en Fuenllana
y pasó la luna de miel en
el puerto de La Solana
¡Ay qué lindo es san Antón!
…
San Antón hizo gachas
y convidó a las muchachas,
y cuando las vio hartas,
les dio con el cucharón
¡Ay qué lindo es san Antón!
El día de la fiesta, tras la función religiosa en la iglesia de San Andrés, en la que el párroco lanzaba un panegírico de las virtudes del santo, salía la imagen en procesión junto a la de san Pablo sin un itinerario fijo, pero sí era obligado que pasaran por las calles del barrio de los “charrascones”. En estos años igualmente era costumbre que pasara la procesión por las pastelerías de la calle de las Tiendas y Quevedo (Liguitas y Bizcocheros) desde las cuales se lanzaban al paso de los santos una lluvia de almendras y peladillas para satisfacción de la muchachada del pueblo. Al llegar los santos a la ermita se sorteaba el “cerdo de san Antón” que había estado deambulando durante todo el año normalmente por eras, quiñones y corralones de calles alejadas mientras era alimentado por los vecinos.
(Carlos Chaparro)
"San Sebastián, mozo y galán, saca las niñas a pasear.
Mocitas despediros que hasta Carnaval ya no hay más"
San Sebastián fue junto a san Antón otro de los cultos más populares y celebrados en Villanueva de los Infantes por nuestros abuelos y bisabuelos dentro del ciclo de fiestas de invierno.
Hacia 1900 se celebraba su festividad con romería en los alrededores de su espaciosa ermita donde se instalaban, muchas veces sobre un barrizal, todo tipo de puestos de frutos secos, chucherías y algunas otras cosas. Los vendedores ambulantes hacían su particular “agosto” y los que podían rompían la hucha aquella tarde para comprar alguna fruslería y dejarse ver. Así lo recogió el periodista infanteño José María Almarza en 1917 en una coplilla:
Movidos por el afán
De aprovechar la “ocasión”,
Muchos de esta población,
Fueron a San Sebastián,
Como cualquier “señorón”.
También era costumbre que se ofreciera a los visitantes el tradicional “puñao”. Otros vecinos ofrecían al santo cohetes que eran lanzados durante la romería y la concurrencia del vecindario. Era día de solaz, recreo y galantería de las jóvenes casaderas y que nos recordaba el dicho popular que titula esta migaja de nuestra historia.
La víspera se iluminaba el acceso a la ermita con una hermosa luminaria y por la mañana día de la fiesta se oficiaba misa con sermón.
En 1935 la ermita presentaba serios daños pues llegó incluso a hundirse parte de la techumbre. En 1936, meses antes de la Guerra Civil, el cura párroco autorizó el sorteo de una radio para sufragar los gastos de su restauración. Por fin, en 1945 el Ayuntamiento inició los trabajos de reparación y el 20 de enero de 1946 fue reinaugurada. La nueva imagen del santo fue regalada por el antiguo secretario del Ayuntamiento, Sebastián Palacios, en honor al santo de su nombre. Fue bendecida ese mismo día en la ermita por el párroco Ramón Gómez-Rico tras una procesión desde la iglesia de san Andrés como refleja la fotografía a la salida del templo un soleado 20 de enero de 1946.
(Carlos Chaparro)
Como en tantas ocasiones desde la década de 1880 los cotos del Campo de Montiel, principalmente La Fuenlabrada, propiedad del conde de Leyva, en las cercanías de Villahermosa, y Los Hoyuelos, en el término de Montiel, eran objeto de expediciones cinegéticas de varios días por la aristocracia madrileña. Ambos cotos eran menos extensos que el conocido y famoso coto de Mudela, sin embargo según los aficionados a la caza, la abundancia de perdices, la calidad de los ejemplares de tipo roja, y la orografía del terreno, les otorgaba un atractivo especial para este deporte. El coto de Los Hoyuelos fue arrendado para caza en diversas ocasiones por sus propietarios. En 1926 lo explotaba como cazadero el capitán Manuel González de Jonte y Corradi, exprofesor de los infantes, y amigo personal del rey, anfitrión de la cacería real que se celebró los días 30 de noviembre y 1 de diciembre de ese año.
El rey Alfonso XIII, acompañado del conde de Maceda, montero mayor de la casa real, del príncipe de Asturias, don Alfonso, el infante don Jaime, además de otros aristócratas y la escolta, llegaron desde Madrid a Manzanares en tren la tarde de 29 de noviembre. En la ciudad del Azuer se alojaron en la casa palacio de los marqueses de Salinas o casa Jonte donde residía Manuel González de Jonte, junto a su esposa Manuela Chacón, anfitriones de la visita y organizadores de la cacería regia.
𝐄𝐥 𝐫𝐞𝐲 𝐀𝐥𝐟𝐨𝐧𝐬𝐨 𝐗𝐈𝐈𝐈 𝐞𝐧 𝐈𝐧𝐟𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬
Desde que se conoció la llegada del rey a Manzanares los vecinos de Villanueva de los Infantes y las autoridades locales se afanaron en adecentar y decorar la carrera por la que pasaría la comitiva real en dirección a Montiel. El día 30 de noviembre la calle Empedrada una de las más nobles de la ciudad y que comunica la carretera de Manzanares con la de Montiel amaneció cuajada de arcos de triunfo construidos con follaje y retamas, balcones engalanados, y cartelas con vivas al rey. Las campanas de la torre de San Andrés voltearon pasadas las 11 de la mañana anunciando a los vecinos el paso de su alteza. La muchachada se agolpaba en la explanada de San Sebastián, entrada de Infantes por La Solana, para ver llegar el coche real. Don Alfonso tuvo la deferencia de parar y saludar a la corporación municipal, presidida por Manuel Rodríguez Serrano, y al obispo don Narciso Esténaga que se encontraba en Infantes de visita pastoral por el Campo de Montiel. Ambos arrancaron el compromiso al monarca y sus hijos de realizar una visita más detenida a la ciudad de vuelta del coto de Los Hoyuelos. La monarquía pasaba por horas bajas en aquellas fechas y desde luego no escatimaba la oportunidad de darse un baño de multitudes.
A las 7 de la tarde, conforme a lo acordado, el rey y la comitiva que le acompañaba visitaron Infantes. Tanto las autoridades locales, como religiosas, y vecinos, lo recibieron en la plaza Mayor entonces denominada de la Constitución. Quiso la mala fortuna que la tormenta de nieve que arrastraba el rey desde Manzanares, y que había dificultado notablemente la cacería en Montiel, arreciara en Infantes. No recordaban los más ancianos del lugar una tormenta de nieve tan copiosa como aquella en la se sucedieran por igual relámpagos y truenos con la caída de varias chispas eléctricas incluidas. A pesar de las medidas extraordinarias que según informó la empresa eléctrica que suministraba de energía a Infantes desde Ruidera había desplegado para evitar cortes en el fluido eléctrico, nada más bajarse del automóvil el rey Alfonso un apagón dejó a oscuras la ciudad. Algunos de los más viejos del pueblo aun recuerdan ese instante cuando observaron a un rey resfriado que usaba un pañuelo ribeteado en negro con la letra erre mayúscula bordada mientras saludada a las autoridades en los soportales de la plaza.
Ante la imposibilidad de acceder al salón de plenos del ayuntamiento por la falta de luz eléctrica la comitiva real pasó a visitar la iglesia de San Andrés donde aún se conservaban lámparas de cera que iluminaran. El obispo actuó de cicerone y mostró al rey el templo donde admiró no sólo el retablo mayor, hoy desaparecido, sino la joya más preciada que esta iglesia tenía, una cruz con numerosas reliquias incrustadas, denominada Cruz de la Reliquias, y que era de gran veneración. Por fin restablecido el suministro eléctrico, el rey subió al ayuntamiento desde donde accedió a un balcón para saludar a los vecinos que se congregaban en la plaza para conocerlo. Como recuerdo de aquella visita el ayuntamiento acordó dedicar la calle de las Tiendas a don Alfonso que pasó a denominarse de Alfonso XIII por lo que encargó seis cartelas a la fábrica de piedra de Loreto Donado-Mazarrón de Valdepeñas con las dedicatorias, además de otra conmemorativa de la visita que por ironías de la historia en la actualidad está reutilizada en el santuario de la Virgen de la Antigua con otra dedicatoria en su reverso.
𝐔𝐧 𝐫𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐨 𝐦𝐮𝐲 𝐝𝐮𝐥𝐜𝐞: 𝐥𝐨𝐬 𝐛𝐢𝐳𝐜𝐨𝐜𝐡𝐨𝐬 𝐚𝐥𝐟𝐨𝐧𝐬𝐢𝐧𝐨𝐬
El ayuntamiento preparó para el monarca y sus acompañantes en el salón de plenos decorado para la ocasión un generoso refresco compuesto de pasteles, bizcochos, té y otras bebidas que costó la nada despreciable cifra de 583 pesetas de la época al erario municipal. El encargado de elaborar y preparar el aperitivo fue la pastelería de Pedro Marco Contreras situada en calle de las Tiendas, que además contaba con una fábrica de gaseosas de gran calidad.
De entre los dulces infanteños que probó el monarca destacó también un bizcocho glaseado con crema mixta que elaboraba desde 1886 otra confitería de la ciudad, La Providencia, situada en la calle Quevedo, muy próxima a la anterior de los Marco. El artesano pastelero era Pedro López Lorenzo viejo conocido del rey pues había trabajado pocos años atrás como encargado de los mozos de comedor del palacio real. Pedro López saludó al rey a la salida de la iglesia y el monarca, como viejos conocidos, invitó al día siguiente a su amigo a acudir a la cacería de Los Hoyuelos. Cuentan los descendientes de esta tradición que fue allí donde el pastelero acudió con un surtido de bizcochos que desde entonces, y tal vez por iniciativa del propio rey, fueron conocidos en su honor como alfonsinos. Sea como fuere, las crónicas de aquella visita reflejaron en la prensa que el rey “quedó encantado de nuestras finas confituras” y desde entonces los alfonsinos constituyen el dulce más típico y demandado de Villanueva de los Infantes.